Hace ya meses que Nerea cumplió los cuatro años y le toca pasar la ITV. Un día antes, para que se vaya mentalizando, le cuento que iremos al pediatra y que le van a poner dos vacunas. Se niega en redondo.
– A Arnau le pusieron un día y dijo que era una merda.
Su primo de diez años soporta como un héroe los jeringuillazos que le clavan cada mes para prevenir las alergias, pero luego se desfoga a tacos, como los adultos.
– No, mujer, pero tus vacunas no serán como ésas – le aseguro, y yo misma me creo lo que digo, porque una vez tuve la edad y las alergias de Arnau y recuerdo aquellas inyecciones como las peores de mi vida.- A ti sólo te darán dos pinchacitos chiquitiiiiitos, chiquititos.
– ¿Como cosquillas?
– Hombre… tanto como cosquillas, no. – Nerea frunce el ceño. Estoy perdiendo la batalla.- Y así nunca tendrás unas enfermedades feas que se llaman sarampión, rubeola y hepatitis.
Se le iluminan los ojos.
– ¿Y entonces nunca, nunca más, me dolerá la tripa, ni el cuello, ni tendré fiebre?
No tengo más remedio que desilusionarla, y al fin comprendo que Nerea no puede apreciar la ventaja de evitarse una ristra de males exóticos que, por lo que ella sabe, ni siquiera existen. Es pedirle demasiado. Sólo me queda el soborno. Le prometo un juguete y ella misma encuentra la manera de animarse por el camino.
– Si son dos pinchacitos… ¡me pondrán dos tiritas!, ¿verdad?
– Claro.
– Porque a los niños grandes como Arnau les pincha otro médico y por eso se hace una merda, pero a los pequeños no, sólo les ponen vacunas pequeñitas y entonces no sale ninguna merda, y por eso a mí no me pondrán una merda sino que me pondrán dos tiritas, dos.
Me veo obligada a señalarle que mierda es una palabrota.
– ¿Ah,sí? -pregunta, abriendo mucho los ojos- pero si la tía Pili lo dice siempre…
Entra en la consulta erguida como una reina. Sonríe a la enfermera, se deja desvestir, medir, doblar, palpar y hacer cosquillas, se tapa un ojo, luego el otro, recita de carrerilla los dibujos que le señalan en la pared, los grandes y los pequeños. Incluso bromea cuando la suben a la báscula:
– Pero mamá, si tú ya sabes cuánto peso: ¡demasiado!
Sigue risueña y confiada cuando le pasan por el brazo un algodón mojado en alcohol. Y entonces le cambia la cara y rompe a aullar. La inyección dura más de lo que yo misma imaginaba, y aún queda otra. Cuando todo termina sigue llorando a gritos. Me la como a besos, le digo que ha sido valiente, le recuerdo que lleva dos tiritas, dos, como trofeo de guerra, y que le han regalado un palo y un dibujo para pintar, y que ahora iremos a la tienda a por el poni que tanto le gustaba. Pero nada la consuela.
Sólo mucho más tarde, cuando ya estamos en la calle y se ha sorbido los últimos lagrimones, me lanza una mirada incrédula:
– Es la primera vez que me hacen tanto daño.
En sus ojos hay una pizquita menos de inocencia. Ha dicho «la primera». Ya ha descubierto que no será la última. Ojalá hubiera vacunas para eso, me digo, mientras entramos de la mano en la juguetería.
Imagen: © Begoña Maza. http://www.bmaza.com
¿Mierda es una palabrota?
Yo la digo de siempre y no soy de los que digo palabrotas delante de mi madre. Y ya he cumplido seis manitas y un dedito.
La inocencia se pierde a pasos agigantados y no se acaba de perder nunca. Depende de la persona. Yo aún soy un «infeliz de los cortijos» que dirían en mi pueblo. O sea, un poco bobalicón, y por eso la vida me empitona una y otra vez, y por muchos ponis que me compren en las tiendas de juguetes (es metafórico) mi llanto interno no se me pasa.
Nerea, que no te engañen. Siempre que te pinchan duele. Dímelo a mi, que cuando estoy malo finjo estar mejor para que no me tengan que pinchar penicilina (como soy muy grande y gordo, los antibióticos normales no me hacen demasiado)…
Y es que creo que aún tengo cuatro años… aunque tenga mentalidad de viejo.
Ay, Ana, que recuerdos tristes.
Mi hija tenía broncoespasmos y nos mandaron, cuando tenía cuatro años, a una revisión completa en Madrid, en el Ramón y Cajal. Una vez dentro se llevaron a mi hija, que me llamaba, para que le sacaran sangre para análisis y sabe Dios que más maldades. Salió llorosa y mirándome como si fuera la peor persona del mundo, por haberla abandonado. Supongo que me lo ha perdonado, pero no creo que lo haya olvidado del todo. Un padre no puede entregar a su hija a unas personas para que le hagan daño. Y hacen muy bien en no dejarnos pasar: O pego al médico, o ayudo a que pinche a mi hija, y en los dos casos me sentiría como eso que no se dice porque es una palabrota.
Mameluco, ese comentario tuyo vale por un post. Me ha encantado. Debería guardárselo a Nerea para cuando aprenda a leer.
Mierda era lo más grosero que era capaz de decir mi abuela. Cuando se enfadaba exclamaba: «¡asco!», y daba un portazo. Pero si se cabreaba de verdad, como sólo la vi cabrearse dos o tres veces, entonces gritaba: «¡mierda!».
La verdad es que yo digo cosas mucho peores… siempre he creído que los tacos cumplen su función y, bien administrados, enriquecen el lenguaje. Pero a la peque no puedo enseñarle eso todavía, si no quiero que las madres de sus amigos la señalen con el dedo y la consideren una compañía poco recomendable. Como es una chica lista, se acabará dando cuenta de que todo eso son hipocresías. Pero mejor que sea un poco más alta para entonces.
Maltese Cat, cuánto tiempo, te recuerdo de los Gies hace unos años, cuando era Gieadicta. Gracias por venir y por empatizar conmigo 😉 Eso es lo peor, tener que hacer el papel de traidores… Confían tanto en ti que cuando te sueltan una mirada sincera de reproche te derrumbas, y cuesta horrores conseguir que no se te note.
Querida Ana
si quiere leer poesía mía (le advierto que es regulera, por no decir hirientemente mala, aunque con algún destello de brillantez suelto) puede hacerlo en mi antiguo blog:
http://doglife.blogia.com/
Todo lo que no está firmado es mío.
Dejé de escribir poesía porque dejé de necesitarlo.
Y muchas gracias por sus halagos. De verdad. Los niños son el futuro.
Yo no pienso tener hijos, pero me compensa saber que aún hay buenas mamás, como usted. 🙂 Al menos verá libros a su alrededor, cosa de vital importancia en el mundo que vivimos.
PD: Me puede tutear, por descontado. Que yo llame de usted es una deformación que tengo al comentar… que gradualmente se me va pasando al conocer mejor a las personas… aunque va por rachas.
Me puede llamar de tu siempre que quiera.