Siempre me han gustado los trastos, es una cuestión de autoestima. Yo misma soy un poco cachivache. Acumulo cosas de las que me cuesta desprenderme, pero no cuido de ellas. Mi piso es una especie de orfanato donde los objetos pueden quedarse todo el tiempo que quieran, siempre que no me exijan cariño ni un lugar específico donde vivir. Todo puede estar en cualquier parte, libros abiertos bocabajo, medias con carreras, ropa de seis temporadas, cartas antiguas, bolis que no pintan, pulseras de plástico que me regalan en el chino, pilas que nadie sabe si funcionan, cámaras analógicas, calendarios caducos, peines sin púas y papeles, un ejército silencioso de papeles invasores que reptan, trepan y se acumulan a traición.
Conservo incluso un informe escolar de 1983 donde Feli, mi tutora de 2º de EGB, tecleó: “No parece entender la necesidad del orden”. Hay más perplejidad que reproche en esa frase, como si a la pobre Feli no le entrara en la cabeza que una niña que parecía asimilarlo todo, desde las mates hasta los verbos, no fuera capaz de ver algo tan obvio. Las personas como ella creen que no se puede escribir sobre la tapa de un pupitre que no cierra, pero sí se puede. Basta con abstraerse, fingir que el pupitre y su contenido no existen. Cuando la mente está lejos las señales de incomodidad ni siquiera llegan al cerebro. Ése era el truco de los místicos medievales.
Nerea tampoco parece entender qué es eso del orden, pero cómo va a entenderlo si nunca lo ha visto. Sería como explicarle la Santísima Trinidad. Ni siquiera embarazada tuve el síndrome del nido. No me dio por plegar ropita ni por ninguna otra tarea primorosa. Sólo pinté un espantapájaros y un campo de girasoles bizcos en la pared de su cuarto, sin plantilla ni plan previo. El suelo se llenó de manchurrones, claro.
¿Cómo me he librado de las cucarachas y los asistentes sociales todos estos años? Gracias a Rebeca. Antes de Rebeca hubo otras, pero ninguna como ella. Venía dos veces por semana a convertir mi casa en un lugar habitable, y así yo podía esconderme del caos, encerrarme en mi despacho y escribir. Su paciencia era infinita. Ni siquiera perdía la compostura cuando me olvidaba de comprar una fregona que me había pedido ya tres veces. Me daba consejos maternales y se enfadaba si intentaba ayudarla. Un chollo.
Rebeca era un lujo que nunca pude permitirme del todo, pero no conocía otro modo de mantenerme a flote. Prefería renunciar a otras cosas, ropa, viajes… lo que fuera, con tal de que alguien se encargara de mis trapos sucios. Pero he descubierto que ya no puedo permitírmela en absoluto. Y aquí me tenéis desde principios de mes, sola ante el peligro.
Mis chismes huelen el miedo y se envalentonan, como los doberman, así que no tardaron en acorralarme. Yo fingí no darme cuenta y seguí con lo mío, pero esta vez no funcionó. Para cuando acabé mi artículo sobre la Torre de Londres, el 4 de julio, me sentía ya tan prisionera como lady Jane Grey. Y de pronto no pude escribir ni una palabra más. Empezó la guerra. O ellos o yo.
El despacho y el salón siguen siendo territorio comanche, pero el resto de la casa ya es mía. Casi. A ratos, como hoy, avanzan posiciones, pero se repliegan en cuanto me acerco al armario del fregadero. Han aprendido a temer la escoba y a reconocer cierto brillo genocida en mi mirada. Porque ha habido víctimas. Montones. Con cada bolsa de basura que tiro me siento más fuerte, más ligera. Nunca imaginé que existieran tantas cosas que no necesito. Tardo el doble que Rebeca y limpio tres veces peor, pero el sudor me hace sentir viva. Duermo como un bebé.
Siempre me habían gustado los trastos, era una cuestión de autoestima. Jamás tuve el síndrome del nido y acaba de bajarme la regla, pero de todos modos creo que en esta casa hay alguien a punto de nacer.
🙂
Buen comienzo. Como el dejar de fumar, ejercicio físico o la buena alimentación, mantener la casa habitable es un hábito que se adquiere a través de un proces. Con sus pasos adelante y atrás, sus descubrimientos y sus placeres.
Si te interesa un poco de ayuda externa, puedo recomendarte alguna página web y algún librillo que ayudan bastante, por ejemplo a tomar la decisión de lo que se tira y lo que no.
Es pero que hables aquí de tu experiencia. Seguro que aprendo algo 🙂
Yo soy bastante desordenado, pero no tengo el problema de acumular trastos. Yo todo lo viejo o lo que no vale, a la basura. Para eso soy muy pragmático. Cada vez que bajo a casa de mis padres, me entran ganas de tirar la mitad de los cacharros de la casa, pero no me dejan, le ven utilidades inexistentes a objetos inverosímiles.
Te envidio, Anchiano. Si eres desordenado pero posees cosas razonables, es más fácil encontrarles un sitio. Y si no están allí, al menos sabes dónde deberían estar. Yo entiendo a tus padres. Tiendo a creer que todo tendrá sentido algún día, incluidos los cachivaches.
Rapunzell, toda la ayuda externa es poca, muchas gracias. No sabía que hubiera libros para domesticar el caos. Si me das algún título me harás un favor. 🙂
Pero, si no hay mayor desasosiego en el ánimo que conseguir que tu casa quede total, completa y absolutamente ordenada, y con toda la cirria inútil expulsada para siempre. Entonces te sientas mirando a tu alrededor y te dices: «ya he terminado, ¿y ahora qué?», porque… ¿de qué te sirve tenerlo todo bajo control?
Es cuando pueden empezar a inquietarte desórdenes que no están fuera de ti, y que todos en mayor o menor medida padecemos, que no hay espíritu ordenado ni ordenable.
Bueno, por suerte, las casas jamás se acaban de limpiar u ordenar, es un continuum de acumular para tirar, de ensuciar para limpiar, y de trasegar objetos de uno a otro lugar; como el Eterno Retorno de lo Idéntico de F. Nietzsche.
Quizá te pase como a mí cuando trato de cuadricular el despacho y demás zonas que escapan a la apisonadora de orden y pulcritud germánicas que tengo por esposa, y acaso dentro de unos meses todo haya vuelto a su sosegado desorden, y en cuanto a las cosas viejas que ya hayas tirado, es ist kein probleme, meine liebe: antes o después, todas las cosas se vuelven viejas.
De igual forma que la curiosidad es la madre de la ciencia, y la Inocencia es la madre de mi tía Paca; la paciencia eleva nuestro nivel de mansedumbre, y nos adaptamos al hábitat, incluso al que nosotros mismos creamos y aunque no nos guste.
Patientia in reguli nostri prima virtus est
Uso vajilla deshechable, leer y escribir en la laptop han suplantado mis tomos de la Britannica y legajos de post it, mi técnica de comensal es de (eso sí: refinado) vikingo, entonces dejo obviados tenedor et al; los alimentos así como la ropa las consigo a base de kits orgánicos, entonces vacío las conservas y los trapos fácilmente quedan en el olvido; pero eso sí: lleno de torres de recuerdos, memorias y anécdotas, fantasías y mentiras mi cabeza y se desbordan cuando respiro o hablo o digo algo, por la pieza. Un beso
Ains, Lumen, a veces las fronteras entre el caos exterior y el interior se diluyen… No aspiro a que mi casa se vuelva impecable, créeme, con que sea habitable me conformo. Por lo demás, te rogaría que no uses en tus comentarios palabros que no se entienden. Me refiero a «paciencia» y «mansedumbre», por supuesto. Eso qué $%&@#%& es, ¿¿¿eeeeeh???
365, desde este momento eres mi ídolo. El problema es que mis libros tienden a desparramarse por la casa más o menos como tus ideas, y no veo modo de sustituirlos. Sugeriré a mi hija que juegue a las cocinitas con platos desechables pero me va a ignorar, lo presiento. :-S
No estas sola.
Ayer mismo ordené mis mesas del estudio. Ahora todo está impoluto. Entro en la habitación y no me lo creo. ¿Cuanto durará? poco, muy poco, el desorden tan solo es un punto de vista. Debajo de cada montón de papeles y cachivaches existe un nuevo mundo por explorar. Según un buen amigo psicólogo, las personas que conviven con el caos a su alrededor suelen tener un orden cerebral implacable. Síndrome de Diógenes aparte, la manía por la limpieza me ha parecido siempre un derroche de tiempo. Según mis vecinas hay que limpiar el polvo cada día… ¿Para qué? enseguida vuelve a aparecer. Es más práctico sacarlo cuando ya no se ven los muebles… jajajajajja con un mínimo de sanidad obligatoria ya es suficiente.
Molts petons
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Gracias por seguir publicando la palabra
Yo no hice la cama nunca, ni la hago, ni la haré…
Estimados desconocidos: No se dan una idea de la mochila que me acabo de sacar de encima. Yo no soy super desordenado pero al lado de mi ex-mujer soy poco menos que un linyera. Siempre me parecio una perdida de tiempo, que solo hay que ordenar limpiar cuando verdaderamente ya no se soporte.Por ahi lei que si vivis desordenado es porque tenes buen orden cerebral… mmmm, no me la creo. Pero gracias igual, por lo menos ya no me siento solo en este constante usar y no ordenar.
Uru: Me temo que lo del orden cerebral es verdad a medias :-S Eva siempre me decía que yo era un caos ordenado cuando estábamos en la universidad. Durante diez años creí que tenía razón… hasta que mi cerebro amenazó con explotar y dejarlo todo perdido, como en las pelis gore.
Enigma: Gracias por lo de Blogueratura. Vergüenza me da admitirlo, pero no he puesto el botón porque no sé cómo hacerlo. Se supone que compré la opción de editar en CSS, pero en la práctica ninguna de las modificaciones que escribo se queda guardada. Os pido paciencia, tendré que aprender…
Napoleón: Lo tuyo suena a declaración de principios. Te envidio. Hubo un tiempo en que yo también quise defender mi derecho al caos, pero el caos me engulló. La que escribe ahora es un tembloroso eructito que sólo quiere gritar «socorroooooooo!!!». Los generales legendarios sois mucho más valientse, 😉
El Tavo: Encantada de desconocerte, compañero de desórdenes. 🙂 Y gracias por descubrirme la palabra liñera (doy por hecho que es liñera y que escribes desde un teclado inglés, pero tal vez me equivoque). La he buscado en el diccionario de la RAE, pero ya se sabe que esos señores actualizan poco.